01/03/2023 Bob Dylan ha muerto, viva Bob Dylan

Estoy tomando un café solo y largo a media mañana en el bar de la esquina sur del edificio que habito, frente al parque donde aún se aprecian restos de escarcha que delatan una jornada fría, como también lo es el viento del norte que se cuela por las grietas de los grandes ventanales.

Mientras espero que se temple la bebida, doy un repaso a las redes sociales. Nada parece indicar que vaya a encontrar algo que merezca la pena pormenorizar pero, cuando ya estoy a punto de apagarlo, leo una noticia que me causa una terrible tristeza y desesperanza: “Fallece en su domicilio de Malibú, a los 81 años de edad, el músico, compositor y escritor Bob Dylan. El afamado cantante arrastraba una grave enfermedad desde hacía un par de años”.

Apuré el café mientras me preguntaba porqué se iban las personas más queridas, dejando las sillas tan vacías que nadie es capaz de volver a ocuparlas. Dylan fue ese amigo al que le abrí la puerta de mi casa y de mi corazón cuando apenas contaba trece o catorce años. Desde entonces hemos mantenido una amistad inquebrantable. Nunca olvidaré aquellos guateques vespertinos, con los primeros escarceos sentimentales, donde nunca sabía si sus canciones se bailaban sueltas o a lo lento, y donde tampoco faltaba el single “Blowin in the wind”, en un tiempo donde pocas respuestas flotaban en el viento, pero que sus letras te animaban a buscarlas. También recuerdo las noches sin dormir, con aromas indeterminados, en el refugio de Atxarte, bajo las paredes que escalábamos los fines de semana. Cuando sonaba “Like a rolling stone” tenía la impresión de que todos queríamos parecernos a la chica de la canción, echar por la borda todo lo que teníamos y sentirnos unos balas perdidas. Siempre estaba allí, junto a Neil Young, Joan Baez, Leonard Cohen, Lou Reed y otros. Pocos años después, mi amigo Julen, apodado “el quinto beatle”, comenzó su carrera empresarial abriendo un pub en el que nos juntábamos todas las noches para escuchar en el impresionante equipo musical la canción de moda “Hurricane”, porque cualquier melodía de Bob suena mejor en un súper equipo que en un cacharro. También me emociono al recordar como mis hijas, siendo pequeñas, cada vez que nos íbamos de excursión, me pedían con insistencia que les pusiera la canción “Just like a woman”. Se quedaban alucinadas escuchando el sonido de la armónica y tarareaban el estribillo, que se habían aprendido de memoria, convirtiendo el coche en una discoteca. Pronto se cumplirán cuatro años de uno de los mejores día de toda mi vida. Fue en abril de 2019, en el pabellón de deportes de Gijón. En las calles todo transcurría como cualquier otro día, pero a las nueve en punto de la noche, unos fanáticos contumaces dábamos la bienvenida al más grande. Temía que no tuviera la voz como en las grabaciones—contaba ya 78 años—, y así fue, pero aún conservaba la fuerza y los gestos característicos de su juventud. A mi alrededor vi como a algunas personas se les caían lágrimas de emoción, imagino que a causa de toda una existencia esperando ese instante. Cuando finalizó nos envió un par de besos y creí que me miraba y que eran para mí, como queriendo mostrarme el cariño que nos había unido de por vida. Poco he sabido de él desde entonces, pero muchas tardes, mientras escribo, oigo, de fondo, sus canciones.

Tenía que hacer un par de gestiones, por lo que me disponía a salir de la cafetería cuando en un último vistazo al móvil, veo que varías personas están desmintiendo la noticia de la muerte de Dylan, y yo me cago en todos los muertos del capullo que ha lanzado el bulo.

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