15/01/2024 Bisabuelo, ¡has vuelto!

Me llamo Edelmiro y estoy muerto. Fue una mañana gris del año 1962, de esas en que el olor a tierra húmeda impregna todo lo que la vista alcanza. Habían sido demasiados días coqueteando con la figura negra de la guadaña, hasta que se cansó y me insinuó en voz baja: «prepárate para acompañarme». No me importó, habían sido casi un centenar de años y los había aprovechado como pocas personas lo hacían. Me fui con la única pena de no haber podido jugar más con un bisnieto de un par de años que me rondaba a todas horas por todas las estancias de la casona familiar, allá por las estribaciones de la sierra de Gredos,Tenía esa mirada de niño despierto que apuntaba maneras de cabroncete, como los que acaban triunfando en todas las facetas que la vida dispone.

Ahora rondará los sesenta y tres años y, como tengo curiosidad por ver cómo le va, he decidido hacerle una visita. No sé qué voy a encontrarme; sólo pretendo transmitirle mi cariño y comprobar si ha habido algún cambio en el modo de vivir desde que me largué. A pesar de que me han advertido que posiblemente nada sea igual, o ni siquiera parecido, a como fue en mi ciclo por la vida. Espero que me reciba con cordialidad tras el telegrama que le envié hace unos días.

No lo he pasado bien en el tren que me ha acercado hasta la gran ciudad. Lo que he visto a través de la ventanilla ha sido como si alguien hubiera introducido los paisajes en una trituradora y de cada uno haya quedado un trocito. Tan pronto veía un arroyo como, de súbito, desaparecía. ¡Qué velocidad más escandalosa! En la estación me estaban esperando dos tataranietas que me han tomado de los brazos y me han acompañado hasta el decimoquinto piso, donde vive mi bisnieto. ¡Qué mareo cuando he salido al balcón!

Mi bisnieto es un vago. Esperaba que trabajase en un oficio de los que dignifican, me refiero a algo relacionado con el campo y los animales, como imagino que su padre le adiestró, pero se pasa el día en casa ante lo que llama un ordenador. Dice que teletrabaja. Él sabrá lo que eso significa, pero no estaría mal que saliera a buscar un empleo decente para mantener a su familia, como hemos hecho siempre. ¡Qué desastre de hombre!

Me han acomodado en una habitación con una cama que, si me doy la vuelta, me voy al suelo. No soy grande, pero el catre parece hecho a medida para una casa de muñecas. Por cierto, anoche meé las sábanas tras buscar el orinal por todas partes y no encontrarlo. Tampoco he hallado la palangana de aseo. Me han dicho que utilice uno de los dos baños que hay. ¡Qué moda más extraña!Me han llevado de paseo en un automóvil que simula un tractor de los que comenzaban a circular cuando me marché, pero bajito y en el que hay que atarse con una cuerda gruesa; no entiendo el porqué si no vas preso y puedes bajarte cuando quieras. Tienen que circular entre rayas, y si se salen, les tocan el pito y les insultan. Están todos de los nervios y eso no puede ser bueno. Me han dejado una bolsa que he utilizado cada vez que el del volante cambiaba de calle. Casi la he llenado y, encima, todos se reían a carcajadas. ¡Qué hijos de puta!

Con un par de días he tenido suficiente para comprobar que, para salir adelante en este mundo actual, hay que tener bien puestos los latidos, y yo los perdí hace tiempo. Me vuelvo a mi sitio, del que nunca debí salir. El mundo agradecerá no tenerme en él y yo continuaré feliz con mis cosas.

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