Me he acercado hasta la clínica oftalmológica donde trabaja de enfermera una de mis hijas, para someterme a una revisión rutinaria. En la recepción, al dar mi nombre, una de las dos chicas me comenta: «Sabía que era el padre de Iranzu, pues tiene los mismos andares que usted», y la que estaba al lado concluyó el comentario: «Es inevitable cuando se lleva en el ADN».
Ahora estoy repasando una breve historia de los reyes que han regido nuestro imperio—me ha dado por ahí—, y llama mi atención la familia borbónica. Una familia que produce reyes tal como hizo Henry Ford con su cadena de montaje.
Todo comenzó en los albores del siglo XVIII con Felipe V, a quien le daba por croar y tenía las uñas más largas que un aguilucho, causándole problemas para caminar. A continuación reinó Fernando VI, drogadicto aficionado a los opiáceos y que sobresalió por cargarse a casi 9000 gitanos. Ignoro cuáles fueron sus aprietos. Más tarde encontramos a Carlos IV, que malvendió la corona del reino a Napoleón por treinta millones de reales al año, lo que propició la guerra de la Independencia. Y, ¿qué me dicen de su sucesor Fernando VII? A este le dio por cobrar importantes cantidades de dinero por mantener vivos los negocios de los esclavistas españoles cuando en el resto de Europa se abolía la esclavitud. Isabel II continuó la saga creando el llamado bolsillo secreto, que perduró durante años con cargo al erario y utilizándolo en su provecho. Más cercano tenemos a Alfonso XIII, derrochador y putero. Fue expulsado por una república y se alejó con la buchaca hasta arriba. Tras él, tuvimos al que conocemos como el emérito, Juan Carlos I. De él sabemos los problemas que ha tenido con la Hacienda española y algunos líos de faldas con un dineral por detrás, aunque muchos creemos que con el tiempo surgirán más escándalos.
He resumido algo más de 300 años en pocas líneas porque he omitido todo lo que hicieron que mereciera la pena. No porque me haya olvidado de ello, sino porque esos actos son precisamente por lo que el pueblo los mantiene en el trono.
¡Vaya cuadrilla!—, pienso antes de llegar al rey actual. Creo que solo se han librado tres desde que la familia tomó las riendas, no sé si por omisión de los historiadores, porque fueron más listos que los demás o porque yo no he sabido interpretar el asunto. Todo ello me recuerda a las navidades cuando, año tras año, se ponía de moda el anuncio de turrón El Almendro, y es que, esta familia viene, la echan o se va y siempre regresa. Además, llegan con puesto asignado e impoluto para que comiencen la tarea que el anterior propietario dejó a medias.
Vuelvo a recordar las palabras de las recepcionistas de la clínica oftalmológica y me pregunto que, si es verdad lo del ADN y los borbones, como el resto de familias, lo llevan escrito en la genética, qué podemos esperar del rey Felipe VI. Es posible que sea cuestión de tiempo el comprobar cómo continuará los pasos de la estirpe. De ese modo, uno tras otro, y seguimos preguntándonos qué hemos hecho para tanto merecimiento.