01/01/2021 Estoy en todo lo alto

Hoy me ha tocado ir a recoger a mi nieta Leire, de cinco años de edad, al colegio… Miento, me he ofrecido voluntario porque disfruto de la facilidad que ha desarrollado para poner en dificultades a todo aquel que pretende hacerlo con ella. El día es húmedo y lluvioso, por lo que me he colocado su mochila en la espalda y ella se ha ceñido a mi cuerpo para resguardarse bajo el paraguas.

La profa nos ha preguntado—me dice Leire antes de saludarme—que cómo nos imaginamos que será nuestra vida dentro de treinta años. ¿Cómo crees qué será la mía, abuelo? Ella dice que si luchamos mucho, seremos todo lo que nos propongamos. Voy a decirle a mamá que me apunte a kárate y a judo.”

No te preocupes por esas extraescolares—le he respondido—, tu serás la mejor bombera de la localidad, tal como me has comentado muchas veces.”

Me parece muy bien que estimulen a los peques a pensar en lo quieran desarrollar cuando sean adultos e incluso ayudarlos a despejar el camino de los guijarros que vayan apareciendo. Antes se despreocupaban de ello. Me refiero a los peques de mi generación: todos queríamos ser futbolistas o enfermeras, y pocos eran quienes lo lograban.

Cuando me he despedido de Leire algo ha comenzado a bailar en una parte de mi cerebro y me he repetido varias veces: ¿Dónde coño estaré dentro de treinta años? ¿Seguiré en esta vida con noventa y tres tacos? ¿Cómo será el día a día de mi nieta? Así hasta la hora de acostarme, aunque lo peor no había llegado. Fue una noche de duermevela y, claro, la solución que me regaló la cabecita no me pareció aceptable…O si. Les detallo lo fantaseado: Invierno del año 2051. Por supuesto, estoy muerto y lo primero que aprendo es que el cielo y el infierno son una patraña. Estamos todos pululando por la mesosfera. Aquí siempre hay corrientes y son comunes los rumores de meteoritos que campan con total libertad. Si te despistas, te arrastran hasta la estratosfera, lo que significaría la perdición. Hoy no tenemos nubes que nos impidan ver a los nuestros. La primera rutina de la mañana es hacerme notar y, como siempre he sido algo fantasma, volteo un par de fotos en casa de las hijas y descuelgo algunas ropas. Creo que ya se han percatado de que ando por allí. Al mediodía voy al comedor donde Arguiñano ha preparado un exquisito arroz con leche. Por la tarde asistiré a una obra de teatro donde los protas son José Sacristán y Carmen Machi. Más tarde intento que mi nieta haga correctamente los deberes, aunque noto que no me presta atención y pasa de mí, así que cojo los prismáticos y comienzo a disfrutar de mi Athletic Club. Hoy la catedral impresiona. Además, desde que han vuelto a vetar la llegada de extranjeros al futbol español, hemos vuelto a ser campeones de liga y copa. Cómo estoy disfrutando.

Los primeros rayos de sol se colaban entre las cortinas del ventanal. Di media vuelta y cerré los párpados intentando dormir mientras me decía que tampoco se está tan mal ahí arriba.

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