01/07/2021 Dos pijas, muy pijas

La ración de rabas de calamar que acabo de comer en el chiringuito estaba espectacular. Observo el reloj y miro la posición del Sol; está en lo más alto y un calor sofocante me incita a esconder medio cuerpo bajo la sombrilla. Aún no hay mucha gente en la playa de La Espasa y es que los veraneantes eligen los meses más caniculares. Por estas fechas el agua del Cantábrico todavía no resulta atrayente, por lo que conviene visitar las duchas de vez en cuando.

Minutos más tarde, mientras intento que no me venza el sopor, abro ligeramente los ojos y veo que se aproximan dos mujeres de unos cuarenta años, cargadas con las hamacas, la sombrilla y gruesos bolsos de los que asoman toallas multicolores. Se acomodan a un par de metros de mi posición y me llama la atención el tono alto de sus palabras. Solo percibo tres sonidos: la música lejana del radiocasete de unos jóvenes, el rumor del mar cuando rompen las olas y los graznidos de las grullas recién llegadas, que ya han extendido sus tumbonas y comienzan a embadurnar sus cuerpos con crema solar. Intento dormir un rato pero resulta imposible, porque escucho el siguiente diálogo entre ambas, con un matiz ligeramente jactancioso, que lo hace más insoportable:

Pues ya lo he comentado con mi marido y se lo he dejado bien clarito. Quiero que nos mudemos a Aravaca —por lo que deduje que eran de Madrid—, estoy cansada de vivir entre chinos.

¿También hay chinos en Goya?—cuestionó la otra.

Si, de momento hay un par de tiendas, pero ya sabemos como es esa gente. Llega uno, planta en un escaparate el muñeco que mueve el brazo de arriba abajo, y a los pocos meses ves ojos rasgados hasta en tu escalera.

No sé, chica. Es un fastidio ponerse a buscar piso, decorarlo, convocar fiestas para conocer a los vecinos…

No es problema. Iría a uno de los pisos de papi. Los tiene alquilados, pero echaría a los inquilinos de uno y lo ocuparíamos nosotros.

¿Sabes qué Aravaca es el pueblo de las pijas? Lo oí en un programa de la tele y me chocó porque siempre había creído que las más pijas éramos las de Castellana.

¡Ay chica! Que más nos da, si lo llevamos escrito en la frente, vengamos de uno u otro lugar. Es como una señal que nos diferencia del resto del mundo. ¿Crees que habrá alguien como nosotras en este arenal?

Va a ser que no —mirando a su alrededor—, en cuanto salimos de la capital lo único que encontramos son pueblerinos con costumbres aburridas.

No tan aburridas, la fiesta de anoche estuvo entretenida si no hubiera sido por los andrajos de algunos invitados.

¡Calla, por Dios! No había champán y los canapés parecían sacados de un centro de acogida. No me vuelven a pillar en otra.

No desesperes, Lupi, tres días más y llegarán los hombres para bajarnos al sur. Allí nos llevarán la hamaca hasta la arena y el cóctel lo pediremos por teléfono.

Aún así, cada vez me aburro más durante las vacaciones…

Miro a mi compañera quién me hace una mueca de incredulidad. Me incorporo y camino cerca de las olas, largo rato, pensando en las sandeces que he escuchado. Cuando regreso, mi mujer me comenta que, por fortuna, no he oído el final de la conversación. Tampoco quiero imaginarlo.

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