El significado bíblico de su nombre es “la que está cercana a la perfección” y está asociado a la paz, la salud y la armonía; sin duda alguna, calificativos que acompañan sus pasos.
Salomé es una joven treintañera que viaja junto a su pareja, su hermano pequeño y su madre. Ocupa la última plaza del microbús que nos está llevando a través de la enorme cordillera del Atlas; viene de Barcelona y está orgullosa de sus raíces; está triunfando en su entorno laboral y, pese a su corta edad, ya la han promocionado en varias ocasiones. No es muy habladora e intenta que el pequeño de la familia disfrute de cada instante.
Salomé tiene un amigo cuyo nombre es Murphy (así es, el Murphy que estáis imaginando, el de la ley). Es un amigo que la acosa constantemente; al menos, así es durante el viaje o aventura que estamos realizando por tierras marroquíes.
Habitualmente comemos en ruta y cenamos en el hotel, una vez finalizado el tour del día. Todas las comidas, sin excepción, llevan algún tipo de carne: pollo, ternera o cordero, y es curioso ver la cara de Salomé al descubrir el tajín. Ella es vegetariana y, por supuesto, protesta, pero de nada le vale.
El día anterior al de la excursión al desierto de Merzouga, para visitar las dunas y ver la puesta de sol desde la más alta, hacer un kilómetro sobre la joroba de un dromedario y dormir en una jaima acondicionada, me comentaba que le repateaban los escarabajos y los reptiles, a lo que yo le respondí que sería improbable que viera alguno en ese lugar tan yermo. Todo transcurría con normalidad, hasta el momento de la cena, entre las jaimas y sobre las alfombras debidamente colocadas de modo que no se apreciaba un ápice de arena, en el que ocurrió lo inevitable: Salomé, con gran soltura y destreza dio un salto, elevando las piernas y exhalando un grito, acabó de pie sobre el escaño, señalando al diminuto escarabajo que no detuvo su lento caminar en dirección a otro lugar, posiblemente menos bullicioso. Entre todos intentamos tranquilizarla pero pasó el resto de la velada con la mirada fija en el suelo y en cualquier cosa en movimiento.
Una mañana nos llevaron a la provincia de Ouarzazate para visitar el Ksar de Ait Ben Hadu (fortaleza donde, tiempo atrás, residía el gobernante local con sus guerreros), Patrimonio de la Humanidad desde 1987, en cuyas entrañas se han grabado varias películas y series famosas. Visitábamos la Kasbah, situada en la parte baja del poblado, acompañados de un guía bereber llamado Mohamed (todos los guías dicen llevar el mismo nombre), avanzábamos por estrechos pasadizos, empinados escalones y vertiginosas terrazas, cuando el cicerone decide dar un pequeño susto a alguno de los doce que componíamos el grupo, aprovechando el angosto y oscuro recodo al que nos acercábamos. Mohamed vestía la clásica indumentaria de los habitantes del lugar, de color azul oscuro y turbante negro, por lo que la falta de luz lo convertía en invisible. Se adelantó al grupo mientras ojeábamos unos recuerdos y cuando llegamos a la cerrada curva dio un salto inesperado, simulando el vuelo de una poderosa rapaz, todo ello cuando la mitad ya lo habíamos rebasado. ¿Sospecháis ante quién apareció? Los gritos, tapándose la cara con sus manos se escucharon en el oasis más lejano.
No penséis que Salomé es un bicho raro, ni mucho menos. Conversé en varias ocasiones con ella y resultó encantadora. En uno de esos parloteos le comenté la necesidad de que cambiara de amigo y si el nuevo no tuviera nombre británico, mejor que mejor.