Pues ya estamos en la primavera del año 2053; treinta y dos anualidades desde que las grandes potencias decidieron acabar con casi todo lo que había sobre la Tierra. Sólo se han librado algunas zonas de Europa y otras de América del Norte; el resto está bajo el manto de una contaminación letal que el ser humano aún no ha descifrado cómo doblegarla.
Como es imposible cobijar a todas las personas en las zonas disponibles, desde hace tiempo y tras solucionar el problema de la gravedad, hemos colonizado los planetas y satélites más cercanos. Al viajar a velocidades superiores a la de la luz nos movemos por el universo en espacios de tiempo relativamente cortos. A causa de todo ello, hemos aprovechado nuestra Luna para albergar hospitales de todo tipo. Nuestros hijos y nietos viajan a diario hasta Marte, donde hemos situado los centros escolares. En los cuatro satélites más grandes de Saturno—Calisto, Europa, Ganímedes e Ío—acabamos de edificar gigantescas residencias para personas mayores, con unas vistas esplendidas al gran planeta. Son necesarias ya que la medicina ha dado un salto enorme y vivimos alrededor de ciento sesenta años. Ayer cumplí noventa y cuatro, sin enfermedades conocidas.
A mí,donde más me gusta viajar es a Saturno, porque es el lugar del ocio. Allí están todos los libros que pudieron salvarse, así como los centros de realidades virtuales y los parques de recreo, muy diferentes a como los conocí de niño. Últimamente están cogiendo auge los gastrosky, situados estratégicamente en lugares frecuentados por las naves de transporte, entre los diferentes planetas, y cercanos a estaciones de servicio. Son restaurantes donde los transeúntes se detienen a tomar bebidas calientes, acompañadas de tentempiés sintéticos con regustos añadidos.
Hoy he ido hasta Urano para visitar a mi nieto Gael, que vive en la colonia Europea. Trabaja en un laboratorio de investigaciones científicas y los fines de semana regresa a La Tierra, donde habita su compañera. Me encanta verle porque en la parte baja de su edificio hay un centro de masajes terapéuticos donde siempre hay un ferromán dispuesto a cumplir mi deseo. Después, he asistido a un coloquio bastante ameno sobre las tendencias pictóricas que surgieron poco antes de la debacle. A primera hora de la tarde me he acercado hasta una academia de restauración donde unos pocos sabemos que se trafica con productos cárnicos terrestres. En uno de sus reservados he podido degustar un solomillo de buey que hacía décadas que no comía. He pagado un montón de criptomonedas, pero ha merecido la pena volver a recordar ese sabor tan agradable. Cuando comenzaba a amanecer he tomado un transporte hasta la residencia. Ha sido una jornada completa. Además, mi nieto me ha dado una gran alegría al comunicarme que muy pronto voy a ser bisabuelo, y eso es motivo de satisfacción. Al preguntarle si ya habían elegido su nombre—los más comunes son Nova, Casiopea, Halley, Arturo y Orión—, me ha indicado que aún no conocen el sexo del bebé, pero será Ibai o Usoa, lo que me hace creer que la raza humana todavía tiene esperanza. Mientras tanto, espero con inquietud la llegada del viernes para volver a la Tierra y oler el aroma de las plantas.