Estoy sentado en la terraza de la cafetería de la esquina. Frente a mí, una decena de niños juegan al escondite en el parque infantil. A la derecha, entre el kiosko de prensa y la panadería, el dueño de la tienda de armas se dispone a bajar la persiana de metal. Son las siete y media de la tarde y un grupo de jóvenes se arremolina alrededor de un banco y comienza una especie de pícnic. El calor aún es sofocante y el camarero sirve, sin descanso, bebidas refrescantes.
Un hombre, frisando en los cuarenta y con la piel ajada por el sol se acerca al escaparate de la armería. Viste pantalones vaqueros con la pernera derecha remangada hasta la mitad de la espinilla, una camiseta del equipo de moda con las rayas desteñidas, unas sandalias de cuero negro que dejan ver algo de roña entre sus dedos y un sombrero color crema que se ladea hacia la oreja izquierda. Es Luis Manuel, muy conocido en el barrio. Se comenta que pasó a la zona prohibida cuando perdió a su mujer y a su hijo en un accidente de tráfico. Dicen que ya había completado la creación de dos óperas y que tenía un futuro más que prometedor. ¡Todo se le fue al carajo!
Mira con fijeza la panoplia que hay en una de las esquinas y hace una reverencia al tiempo que la saluda y comienza a contar la historia de su vida. A pocas personas les llama la atención; la mayoría sabemos que todos los días impares de la semana, desde hace un par de años, realiza los mismos movimientos y suelta la misma perorata. Media hora más tarde, se despide despojándose del sombrero y se pierde entre los cedros del parque que lo cobijan tanto de día como de noche.
Apuro mi consumición y vuelvo a casa pensando en el dilema que se me presenta cada cierto tiempo: «¿Hay alguna relación entre la genialidad y la locura?» No existen pruebas irrefutables, pero algunos antropólogos creen que los genios artísticos poseen desequilibrios mentales y Platón aseveraba que la inspiración estaba en manos de la locura divina. Repasemos algunos momentos de diversos genios de la historia cercana: dicen que Newton leía la biblia constantemente en busca de mensajes ocultos; al pintor Van Gogh le dio por desprenderse de lo que le sobraba; Nikola Tesla prefería la compañía de una paloma a la de una mujer; Einstein hubiera deseado haber nacido sin los dedos gordos de los pies; y para comentar las excentricidades de Salvador Dalí necesitaría otro folio.
Tampoco quiero olvidar a mi favorito, el genio de la lampara, que decidió encerrarse, por voluntad propia, en un espacio demasiado pequeño y del que solo sale cuando alguien se lo solicita y siente que le frota la barriga.
¿Sera Luis Manuel uno de esos sabios, mientras hay vecinos que apartan la mirada cuando pasan a su lado? Sea como sea, siempre llego a la misma conclusión: «Es posible que todos los genios tengan un punto de locura, pero es seguro que todos los locos no somos genios».