Al regresar de cada viaje, da igual el motivo de éste, me siento frente a mi pecera de fondo azul que contrasta con los tres pececillos de colores y realizo el ejercicio de recordar los momentos más placenteros. Esto lo he hecho siempre y aunque, a veces, haya habido ocasiones para olvidar, la mente me lleva a los instantes más agradables.
En todos, excepto en el del mes pasado, pocos días antes de la Navidad: La mañana era fría en Budapest y la humedad se adueñaba de todo y de todos. Había contratado una excursión con una de esas compañías que ofertan actividades en todas las ciudades turísticas. El tour se hacía caminando y unas cuarenta personas seguíamos a la guía del paraguas publicitario por anchas avenidas, deteniéndose en lugares señalados y explicando los aconteceres de cada uno de ellos.
Partimos de la Sinagoga, mientras comenzaba un acto litúrgico y caminamos hasta la estatua de la emperatriz Sissi, donde muchos se fotografiaron con los móviles. Al llegar a la plaza de la Libertad una pequeña manifestación silenciosa tenía lugar ante la embajada de Estados Unidos y solicitamos un pequeño receso, aprovechando el cercano mercado navideño, para degustar un excelente vino caliente. Cuando llegamos a la zona del Parlamento un tercio de los excursionistas había abandonado el grupo. Por último llegamos a la orilla del Danubio, que no era azul, y fue allí donde ocurrió lo que he sido incapaz de olvidar.
A lo largo de unos treinta metros, sobre la última fila de baldosas, donde acaba el paseo y comienza el río; botas y zapatos esculpidos en bronce incitaban pensamientos extraños, mientras la guía, en el centro del círculo que habíamos creado, iniciaba la explicación oportuna: «En esta orilla tuvo lugar uno de los acontecimientos más dramáticos del holocausto judío. Transportaban a los prisioneros hasta aquí con las manos atadas a la espalda y los colocaban en fila, a lo largo de la orilla. A continuación, enlazaban sus cinturas con alambre de espino mientras otros militares los despojaban de su calzado. Era lo único de valor que poseían. Cuando todos estabanƒ descalzos y de cara al río, los soldados propinaban una patada a los presos de ambos extremos de la fila, cayendo al río y arrastrando con su peso al resto. Como es lógico, con las manos atadas poco podían hacer y perecían ahogados poco después. Lo repetían varias veces cada día. Ahora ya saben el significado de este lugar al que no acabo de acostumbrarme» Las palabras postreras sonaron temblorosas y me percaté de que varios excursionistas tenían los ojos húmedos.
Se han rodado tantas películas sobre la segunda guerra mundial y sobre las atrocidades del holocausto judío que pudiera parecer que resulta sencillo poner imágenes a la explicación de la guía, pero por más que lo intento, no lo logro. Es difícil poner cara a personas de todas las edades, hundiéndose en el Danubio como fardos para acabar en el fondo.
Muy emocionante