15/05/2021 ¿Para qué sirven los sindicatos?

Un día más, estoy atento a uno de esos concursos culturales a los que tantas personas somos aficionadas. Entre un grupo de cuestiones actuales, el presentador pregunta a un avispado participante cuál es el nombre del actual secretario general del sindicato UGT. Tras unos segundos de silencio a causa del desconocimiento del concursante, el conductor revela el dato ante el gesto de extrañeza de aquel.

Ahora retrocedamos cuarenta años o, si me apuran, con veinte sería suficiente para lo que deseo expresarles. Esto viene a cuento porque, a raíz de la transición política, los líderes sindicales eran tan conocidos como el presidente del Gobierno o el monarca de entonces. ¿Quién, con cierta edad, no recuerda o ha oído hablar de Nicolás Redondo, Marcelino Camacho y sus sucesores Cándido Méndez y Antonio Gutiérrez?

Sin embargo, tengo la seguridad de que en la actualidad no somos muchos los que podemos nombrar a los cabecillas de las dos organizaciones mayoritarias. Ambas instituciones, así como otras menos relevantes, tienen la finalidad de defender y negociar con los empresarios unos salarios dignos y unas condiciones laborales adecuadas para sus asociados, y por ende, a toda la masa laboral.

Aquellas agrupaciones tenían la capacidad de atraer a un ingente número de trabajadores, por lo que a la hora de pactar convenios y otras mejoras, se sentían plenamente arropadas. Era tal su fortaleza que si para lograr un propósito debían parar el país, lo hacían; de esa manera obtuvieron grandes proezas, aunque hay que reconocer que partíamos de legislaciones endebles, en favor de la clase obrera.

La semana pasada, dos familiares que trabajan en diferente empresas y en distintos puestos me comentaban que pronto hará dos años que tienen suprimidas las subidas de sus salarios; les dicen que a causa de la dichosa pandemia. Y pensando en ello, he llegado a la conclusión de que la epidemia, en mayor o menor medida, nos ha afectado a todos. Excepto el turismo, la hostelería y algún otro gremio, nadie ha abandonado sus quehaceres. Se ha ralentizado todo, pero no se han parado las máquinas. Unos han continuado desde casa y otros como si no hubiera ocurrido nada nuevo.

Uno de esos familiares llamó por teléfono, por curiosidad, a la sede de uno de los sindicatos para preguntar si este año se firmaría el nuevo convenio, paralizado tiempo atrás, y la respuesta fue que, hasta que no mejorase la situación epidemiológica, no era conveniente reunirse con la patronal.

Él me remarcaba que tenía que seguir trabajando, que había que continuar haciendo la compra semanal, que todo lo que giraba a su alrededor permanecía activo. Incluso los políticos buscaban soluciones por videoconferencia, sin necesidad de reunirse en persona. Entonces, ¿por qué diablos los sindicatos paralizan su actividad, dejando descorazonados y abatidos tanto a sus socios como al resto de trabajadores?

Sé que me ha salido un relato algo reivindicativo pero, dándole una vuelta, me lleva a pensar que si algún día, cualquiera de mis hijas, trabajando en la actualidad, o los nietos que pudieran llegar, me preguntaran para qué sirven los sindicatos, ¿Qué coño debo contestarles?

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