Estamos en tiempos de quietud, de toque de queda y de pensamientos arrinconados. A causa de una pandemia, nuestro contacto con el exterior se limita a prestar atención a las pantallas que nos acorralan o a observar lo que nos rodea a través de los cristales orientados al exterior.
Las señales horarias han indicado las once de la noche. Una tormenta insistente muestra su enfado y el agua de la lluvia pertinaz arrastra los primeros pétalos caídos de las flores que habitan las ramas de los árboles. Las aceras están huérfanas de transeúntes, el cartel de la marquesina de la parada del autobús no señala la llegada del próximo bus y el cedro que plantaron hace un par de años en el jardín que hay al lado del aparcamiento se cimbrea al sentirse acosado por el viento racheado.
En el edificio de enfrente, calculo que en el tercero centro, el cajero del banco de la esquina, ataviado con pantalón corto de deporte, camiseta con amplio escote y una toalla de baño rodeándole el cuello, comienza a sudar sobre la cinta estática, al tiempo que la anciana del abrigo color rosa y las botas altas de un blanco níveo sale con su perro dispuesta a dar la vuelta al edificio, como acostumbra, noche tras noche, haga el tiempo que haga, desafiando a los controles policiales. El corredor se seca el sudor mientras encienden la luz de la cocina de uno de los pisos del primero. La joven se desprende del turbante que no le favorece y compruebo que el pelo le ha crecido un par de centímetros. Ha padecido una enfermedad grave y parece que va recuperándose. El imbécil del marido, o lo que sea, está fumando a su lado y a mi me dan ganas de gritarle que no le sienta bien a su mujer.
La tormenta está en su apogeo y hay instantes en que parece que el agua del chaparrón ha adoptado forma horizontal. La vieja regresa empapada y el can mueve su cuerpo con ímpetu para desprenderse del agua. En el salón del cuarto derecha, un adolescente juega con dos gatos pequeños, uno es blanco con manchas negras y el otro semeja la piel de un lince. Al parecer, ha recibido un arañazo del bicolor y lo lanza contra una de las paredes. Está claro que tanta soledad, a más de uno lo está volviendo loco y desatan su furia contra los que tienen más cerca y los que más aman. El cajero ha terminado su ejercicio, apaga la máquina y discute con su hija acaloradamente. El repartidor de una pizzería llama al video portero. Alguien le abre la puerta y cuando sale, aparece en su salón la anciana con la caja de la pizza y una cerveza en la otra mano. Toma un triángulo de la margarita y el resto lo deja en el suelo, donde el perro se afana en acabarla.
El destello simuló miles de flashes en décimas de segundo, seguido por un estruendo que soy incapaz de definir, y todo quedo a oscuras. Toda la calle sin luz, así como el interior de los edificios cercanos. Lo agradezco porque estaba comenzando a ponerme cardíaco. Me voy a la cama y mañana constataré si las cosas vuelven a su cauce o, por el contrario, empeoran.